En China comencé a escribir un diario, a veces para recordar el pasado y otras para hablar del presente, o todo junto. Ahora, un año después, me decido a publicarlo en pequeñas entregas.
Aclarando que oscurece
Cada vez que viene un camión de frente cierro los ojos y rezo. Quedé traumatizado desde aquella vez en Argentina cuando un enorme camión, que cargaba una enorme máquina excavadora, reventó un neumático justo cuando pasaba a mi lado. Sólo con la explosión hubiese bastado para cagarme de miedo. Pero hubo además el neumático reventado que pegó sobre la bicicleta y me arrojó al piso. No me pasó nada grave, pero me quedaron las piernas temblando. Y si me agarraba en la cabeza no sé si la contaba. Quedé un poquito traumado. A partir de ese momento no hay camión que venga de frente que no me recuerde a ese incidente.
En otra ocasión, en Bosnia, en una ruta sin banquina, un camión que quiso evitar chocar con otro que venía de frente, me cerró al punto de que tuve que tirarme a la derecha sobre un terreno de piedras para evitar que me aplastase. No paré de putearlo en todo el día.
Y hubo otras, no se si muchas, pero suficientes para decir que varias veces en el viaje estuve cerca de pasar al otro lado. La pregunta es, entonces, ¿por qué hacer un viaje así? ¿Para qué arriesgar la vida todos los días en la ruta subido a una frágil bicicleta?
A raíz de este diario que comencé a escribir en China y que voy publicando ahora, varias personas reaccionaron de la siguiente manera:
– Me preguntaron por qué seguí viajando si ya estaba cansado de la bicicleta y la pasaba tan mal.
– Hicieron comentarios del estilo «fuerza que falta poco».
– Me aconsejaron que me queje menos.
Así que aclaro:
– Nunca, en 5 años, se me pasó por la cabeza, ni una vez, abandonar el viaje. Salvo, quizás (ya no lo recuerdo bien), en las primeras semanas del viaje cuando estaba más perdido que turco en la neblina.
– ¿Falta poco para qué? La vida es un viaje y no se trata de llegar a ningún lugar. No hay ninguna meta final.
– El diario fue el resultado de mi personalidad exacerbada por las condiciones del ambiente. En general, nunca estoy del todo conforme, siempre me quejo bastante y no me molesta ser honesto con todo lo que siento. La honestidad es una herramienta literaria, y la vida una fuente de historias que no pretendo ficcionar, por lo menos no más de lo necesario. Además, para aventuras perfectas de héroes que cuentan todo lo bien que la pasan mientras la gente se rompe el lomo laburando, ya hay mucho escrito. Pero no es mi estilo ni mi objetivo. Prefiero decirle al lector: «Viajar es genial, pero no es gratis. Se sufre mucho, y es peligroso. Pero por algún motivo, quizás porque así nos sentimos más vivo que nunca, vale la pena».
Hubiese preferido que sólo el diario, por si mismo, comunique ese mensaje. Pero parece que no soy muy bueno con la transmisión de ideas. O, quizás, la entrega del material, fragmentada, terminó generando confusión.
1 de septiembre del 2016, en algún lugar de China
Cada vez veo menos. Al principio del viaje usaba lentes sólo para leer o para la computadora, pero desde hace unos meses los uso casi todo el tiempo. Si no los uso me pega el dolor de cabeza y el mal humor. Y la que me aguanta es Clémence. Que la verdad, todavía no sé cómo no me pateó. Acá en China estoy más insoportable que nunca. O me quejo por la contaminación, o me quejo por las bocinas (un promedio de 200 bocinas por día, sin exagerar), o me quejo por las subidas o por los chinos, que son muchos. En fin, ando quejándome de todo últimamente.
Decía. Los lentes.
Siempre, desde la pre adolescencia, usé lentes. Y siempre me negué a usarlos de forma permanente porque perjudicaban mi imagen y mis posibilidades de triunfar con el sexo femenino. Así fue que para combatir la inseguridad que tenía a mis 20 años decidí operarme. La oportunidad surgió cuando trabajaba como botones (el que lleva las valijas) en un hotel de Rosario. También estacionaba autos (valet parking se dice) y cada tanto rayaba alguno al intentar meterlos en la cochera subterránea que tenía un diseño que requería habilidades de conducción que yo no tenía. En fin. Trabajaba en un hotel. Y uno de los dueños de aquel hotel era un oftalmólogo «reconocido».
Un día estaba yo parado en el hall del hotel con mi chaleco azul, camisa blanca, pantalón de vestir, zapatos negros, bien afeitado como debía ser y como nunca más volví a estar después de que abandoné aquella tortura, cuando llegó el señor «A» en su enorme y costoso Jaguar que siempre dejaba en el frente del edificio, en la puerta, molestando por horas, como si fuese su casa. Lo odiaba. Odiaba al señor «A» cuando bajaba de su carro y entraba al hotel con su aire soberbio y presuntuoso.
Pero una mañana, por puro interés, por primera vez me atreví a hablarle. Le pregunté si él me podía operar, que cuánto costaba y si era posible pagar la operación en cuotas. Y me dijo que sí. El muy hijo de puta me dijo que sí, que tenía la edad justa y que me podía operar, cosa que después, cuando ya era demasiado tarde, supe que no, que una operación así debe ser realizada cuando la retina detiene completamente su crecimiento, y eso no es antes de los 35. Pero el señor «A» dijo que no había problema. Dijo vamos a hacerlo, puso una fecha y pagué la primera cuota de las cuatro que establecimos. Como sea, anduve bien dos años en los que casi no usé lentes hasta que después, poco a poco, volví al punto de partida. Hoy en día casi no puedo andar sin lentes.
Punto. Tema cerrado. ¿Muy interesante no?
Si te gusta el diario lo puedes compartir, así se suman más lectores y recupero un poco de motivación, que últimamente ando medio vago para ponerme con esto.
Seguiré con el diario la próxima semana, más o menos. Para recibir un aviso de publicación puedes dejar tu dirección de correo acá abajo, si ya no lo hiciste.
Puedo dejar un comentario… oportunidad que dejo pasar ,ya que no se qué comentar…yo también solía quejarme…y si,muchos hacen el dinero de ese modo…
Te recuerdo perfectamente con el chaleco y lo pulcro de nuestros aspectos, y no has perdido la compostura, mira que solo tildarlo de «petiso feo …»
jajajaj sos muy gracioso, a la hora de leer un diario de viaje, siempre voy al tuyo, creo que esa sinceridad que tenes al escribir hace que sea para mi una tentación constante leerte.Gracias!!
Son historias muy buenas de tu diario de viaje Andrés, todos flaqueamos a veces con algunas cosas pero al final siempre se trata de salir adelante, es cierto eso respecto a los viajes, la vida en si misma es un viaje, sin un claro inicio ni final