El diario (2): Los oscuros comienzos del viaje

Recién en China comencé a escribir un diario de viaje, a veces para recordar el pasado y otras para hablar del presente. Y recién ahora, en Estados Unidos, me decido a publicarlo /

La Quiaca, Argentina
Llegada a La Quiaca. La calidad de la fotografía es muy mala. Pero no tengo otra.

20 de agosto del 2016, en algún lugar de China /

Este viaje comenzó con la idea de unir la ciudad más al sur con la ciudad más al norte de Argentina: desde Ushuaia hasta la Quiaca: unos 5.500 kilómetros. Un plan pequeño en comparación con lo que, de pedo, terminó siendo.

Los inicios fueron de una precariedad y una ingenuidad que más lo pienso más me resulta increíble estar acá.

El primer día llegué a Tolhuin. Había pedaleado 105 kilómetros con pocas reservas de comida y sin entrenamiento físico. Llegué totalmente destruido. Comía (recuerdo) galletas secas del estilo Criollitas y sándwiches de queso y tomate con agua fría, porque ni siquiera tenía una cocina de camping para hacer algo más decente.

La primera noche dormí en una estación de servicio con la colchoneta en el piso. Tenía carpa pero no sé por qué no la usé. No lo recuerdo. Dormí frente a los baños y a pocos metros de las bombas de combustible. Así que el ruido de los camiones y el de los camioneros que pasaban a mi lado para ir a mear o para el número 2 no me dejaron dormir. Tampoco recuerdo por qué elegí ese lugar para dormir.

Tengo la impresión de estar escribiendo sobre otra persona y parece que todo esto ocurrió hace 20 años.

Comencé el segundo día hecho bolsa, sin ánimo, sin motivación, sin energías y ya un poco arrepentido. Estaba bien quemado en todo sentido pero igual logré hacer 109 kilómetros más y llegué hasta Río Grande.

El tercer día no daba más. Así que al encontrar a unos bolivianos en una camioneta no dudé en pedirles ayuda. Casi les rogué auxilio. Los bolivianos (que no recuerdo que carajo hacían por allá) me llevaron hasta Río Gallegos. Trecientos kilómetros: El Pecado Original.

Otra vez dormí tirado por ahí en algún lugar mugroso, pensando que era un perdedor y desilusionado de mí mismo. Sin embargo, a pesar del remordimiento, al levantarme por la mañana no dudé en buscar otra camioneta que me avanzó 200 kilómetros en dirección al este. Dormí en un paraje desolado y a las 5 de la mañana el ruido de un bus que paraba me despertó. Me levanté sobresaltado y fui corriendo para preguntarle al conductor si iba hasta Calafate. Cuando me dijo que sí me desesperé. Negocié por 50 pesos algún lugar lo más cerca posible del destino, le pedí por favor que me espere, agarré todas mis cosas a las apuradas, tiré todo en la bodega y me subí, aliviado, con culpa, vacío y deprimido. El bus me dejó a 50 kilómetros de Calafate y desde ahí, y sólo desde ahí, pedaleé lo que faltaba con un viento tan fuerte que me tumbaba de la bicicleta. Nunca más en todo el viaje volví a sufrir un viento así. Muchas veces debía bajar de la bicicleta y empujar, y otras sólo avanzaba a 7 kilómetros por hora.

En ese momento, a menos de una semana de comenzar el viaje, estuve a punto de abandonar todo y volver a mi casa. No lo hice para no regresar derrotado a mi ciudad natal y para no escuchar la tan temida frase: «viste, yo te dije». Además, antes de salir, el diario de la ciudad había anunciado la aventura en primera plana y las radios y los programas de televisión locales me habían hecho algunas entrevistas. ¡En qué pensaba! Obviamente, después de tanto circo, volver a una semana de comenzar no era una opción. Me había condenado solo.

Pasaron dos semanas y llegué a Perito Moreno, una ciudad en el medio de la nada sobre la ruta 40, 600 kilómetros al norte de Calafate. Allí paré en un camping municipal y conocí a un tipo que me dijo «pero qué hacés acá flaco. ¿Por qué no te cruzas a Chile? Del otro lado es mucho más lindo y menos desierto». Esa fue la primera bendición del camino que cambiaría mi viaje para siempre, porque juro que apenas 2 minutos después una chica entró al camping pedaleando, llena de equipaje por todos lados y con una enorme sonrisa. Estaba sola y a mí se me frunció el corazón. «No puede ser», pensé. La chica se paró a nuestro lado y dijo hola, nosotros dijimos hola y yo disparé de una: «¿Vas para Chile o venís de Chile?». Ella dijo que iba y yo tiré otra vez: «¿Vamos juntos?». Creo que ella dudó por un momento, pero quizás por la presión que le metí con la mirada dijo «ehhh… ok, bueno». Era Emily, británica, pero ni siquiera pensé en las Malvinas.

Al otro día cruzamos a Chile y eso fue un paraíso con historia de amor incluida. Por primera vez me sentí más feliz que nunca antes, un sentimiento que ya no abandonaría hasta el momento, a pesar de estar en China.

Luego conocimos a dos colombianos, Alex y Luis, que estaban pedaleando desde Ushuaia hasta Medellín en 4 meses. Una locura, y dos tipazos. Ellos se convirtieron en amigos y terminaron de conformar, junto a Emily, el equipo de rescate. Así que desde allí, y sólo a partir de allí, la bicicleta, me terminó gustando. Y debo decir, por fin en mi defensa, que en adelante nunca más en todo Argentina, y luego en todo Sudamérica hasta México, me subí arriba de un vehículo. Y más aún (vamos que levantamos), cuando llegué a la Quiaca, el supuesto destino final, no me tomé un bus para volver a casa. No. Debía lavar las culpas del comienzo. Desde la Quiaca continúe pedaleando e hice los 1.600 kilómetros de vuelta hasta Cañada de Gómez.

Pero.

La historia oficial que conté a todos al llegar no decía nada de las camionetas, y cuando alguien quería saber sobre cuál había sido el momento más complicado yo, sin vergüenza, respondía: «Sin dudas el comienzo. Salir en bicicleta desde Ushuaia no es cosa fácil. Camino a Calafate hay una zona de desierto y vientos muy fuertes que te tumban de la bicicleta». Y cuando me preguntaban «¿y cómo hiciste?», yo, con grandes aires de profesor de viaje explicaba: «Pedaleaba de noche, porque de noche el viento para», y ellos se admiraban de mi coraje y de la inteligencia de la resolución. Lo que es verdad, que el viento por la noche para, pero no que pedaleaba.


Seguiré la publicación del diario la próxima semana, más o menos. Para recibir una notificación puedes dejar tu dirección de correo acá abajo.



8 comentarios en «El diario (2): Los oscuros comienzos del viaje»

  1. Muy bueno jaja! Felicitaciones!

  2. Hay por Dios yo hubiera llorado por esos camioneros que pasaban a mear o al número dos como dices tú 😂😂😂😂😂😂////Eres Fuerte Amigo 👉💪🏻👈🏻

  3. No tenes idea de como te envidio(sanamente) y te felicito por tus logros y por la acompañante que lograste en el camino,

  4. Que voluntad te felicito

  5. muy bueno andres, te sigo desde el primer dia. un abrazo

  6. Muy gracioso leerlo en la comodidad de mi silla frente a la compu, pero poniéndome en tu lugar ¡a la flauta!!! No es para cualquiera la bota ‘epotro, ¿eh?. Lo que comentás de los bolivianos, que no sabés qué hacían por allí, mi hermana que viví varios años en Ushuaia contaba que había una gran cantidad de bolivianos que habían ido para encontrar trabajo (y muchos solo tenían carpas para dormir)….

  7. vivió, no vivi

  8. Sin duda, sos un hombre de coraje y un completo aventurero. Regresarte sin luchar iba en contra de tus ideales. La meta hoy la lograste y puedes «cantar victoria», victoria que muchos queremos emprender pero que, quizás por temor, desistimos. Mereces, por tanto, bendiciones y mucha salud para continuar en la ruta. Un abrazo.

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