El diario (3): Ciclista trucho

Recién en China comencé a escribir un diario de viaje, a veces para recordar el pasado y otras para hablar del presente. Y recién ahora, en Estados Unidos, me decido a publicarlo /

China (7)
Un monje budista meditando

23 de agosto del 2016, en algún lugar de China /

Nunca, jamás, fui un ciclista. Y en general, tampoco fui ni muy deportista ni muy saludable. De chico terminé jugando al basket por mi altura y por una cuestión de salud (algún deporte tenía que hacer, decía mi vieja). Mi posición era debajo del aro para agarrar los rebotes y meter algunos puntos. Al principio jugaba como titular y otras como suplente, y y poco a poco cada vez más suplente hasta que perdí la titularidad del todo. La gota que rebalsó el vaso fue cuando el entrenador se enteró de que fumaba. El que me delató fue un forro, como todos los que jugaban en ese Club. Me encanta la expresividad de esa palabra: forro. En este caso me ayuda a descargar bronca acumulada durante la pre-adolescencia. El sonido es genial: FO-RRO: una catarsis maravillosa. Como dijo Roberto Fontanarrosa durante su discurso en el Congreso de la Lengua del año 2014, «el secreto está en la erre fuerte». En aquel momento se refería a otra palabra más escatológica, que no voy a escribir para evitar la estampida de algunos, pero que para el caso es lo mismo. FO-RRRRRO.

Yo tenía 14 años y comenzaba a descubrir la noche y los vicios. Eran mis primeras aventuras nocturnas y discutía con mi viejo porque para salir sólo me daba 5 pesos, que al final eran 5 dólares porque eran los ´90 y estaba el presidente Menem y su ministro de economía Cavallo que habían decidido que un peso argentino era un dólar americano. En fin. Pero aún así con Menem y todo 5 pesos no alcanzaban para una noche y menos para comprar ropa decente que a esa edad tiene que ser de marca, bien cara y careta para intentar compensar la inseguridad propia de la adolescencia temprana. Bien empilchado, gomina y un cigarro. Era canchero fumarse un pucho así que probé. No me gustó, insistí, no me gustó, insistí, insistí y al final me gustó. Una estupidez. Y cuando con el equipo de basket salíamos de gira por los pueblos vecinos, después de los partidos íbamos por ahí a dar unas vueltas para conocer el territorio enemigo, para ver algunas chicas, tomar una gaseosa y comer algo. Fue en una de esas, frente a todos mis «compañeros», como expresión de rebeldía y de auto destrucción, que prendí un pucho y con tanta mala suerte que mientras me lo fumaba le quemé la campera a uno de los más forros. Dicho forro (y botón) fue el que a la vuelta, en el bus, me terminó delatando con el entrenador. «Fluxa me quemó la campera profesor». Pelotudo. A partir de ahí el entrenador tomó la decisión de sacarme para siempre de la titularidad para dar el ejemplo a los demás. Tales circunstancias me volvieron aún menos popular en el equipo y contribuyeron a mi decadencia total en el basket hasta que, finalmente, un año después, me alejé por completo del deporte.

Después, mucho tiempo después, fue la bicicleta. Nada muy serio. Algunas salidas recreativas dos veces a la semana, en general unos 30 kilómetro por los desolados y soleados caminos de tierra de la pampa santafesina. Ya era grande y atrás habían quedado las luchas juveniles por abrirme paso en la sociedad. Tenía más o menos 25, 26 años o por ahí. Salía a veces con un grupo de amigos y otras con mi primo Walter. Esas salidas con mi primo eran las que más disfrutaba. Les llamábamos «bicicleteadas filosóficas», porque a la vez que pedaleábamos discutíamos sobre política, amor, la vida, el trabajo, la familia, etc. Walter, casi 20 años más grandes que yo, siempre había sido como un hermano y un mentor para mí, así que me ponía contento cada vez que después de una tarde de bicicleta me hacía saber que había disfrutado de nuestra conversación.

Me gustaba porque era un deporte social, pero la verdad que nunca fui un apasionado por la bicicleta, y menos aún un ciclista. Por eso hay momentos que me detengo sorprendido, miro a mi alrededor y no puedo creer a donde estoy. Bicicleta, a vos te hablo: no te quiero mucho, pero debería levantarte un monumento por haberme traído hasta acá.

A los Chinos no los aguanto. Son insoportables. Clémence se enoja porque yo ando a las puteadas y quejándome todo el tiempo de la polución, de las bocinas, del tránsito, de la construcción desmesurada, de la manera en que nos miran, de las dificultades de la comunicación, etc etc etc. Y tiene razón. Porque después de tanto tiempo viajando debería ser un poco más tolerante. Juan Carlos Kremier, en su libro Bici Zen, dice que pedalear sirve para meditar. Así que yo, después de cuatro años de darle al pedal, ¡debería ser como Buda!

¡Ja!

Nada más lejos.


Seguiré con el diario la próxima semana, más o menos. Para recibir un aviso de publicación puedes dejar tu dirección de correo acá abajo.


6 comentarios en «El diario (3): Ciclista trucho»

  1. ¿Podremos esperar tanto por la próxima dosis de Diario? ¿O sufriremos un ataque de abstinencia? 😏

  2. Me trajiste algunos recuerdo amigo!… agradezco a aquella persona que me invito a fumar, por primera vez, y nada mas y nada menos que un parisiennes… A la primera pitada un mareo que casi me tumba… Nunca más probé un cugarrillo… Que suerte tuve! Abrazo te esperamos por colon!

  3. Jajajajaja después de todo Clemence siempre tenía razón 😘😘😘🌺🌺😘😘🌺😘🌺🌺encontrasteis tu complemento 🌺🌺😘😘😘Esa mujer que siempre ve lo mejor y con Ideas fantásticas te dijo Andrés Sigue Pedalenado !!!!!!Bendiciones amigos

  4. Muy buena tu narración! Admiro tu iniciativa, coraje y perseverancia para andar por el mundo como muchos desearíamos pero solo nos quedamos leyendo cómo otros lo hacen! Aplauso fuerte y adelante!

  5. Menos mal q no hablaste del fútbol…

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