China 1: Ya no te quiero

Gracias a este derroche de egocentrismo que es tener una página web con mi nombre y apellido he comenzado a escribir otra vez. Había publicado unas 30 crónicas cuando andaba en bicicleta por Sudamérica pero cuando salté el charco, una vez en Europa, abandoné aquella rutina. En aquel momento estaba motivado por la novedad del viaje y, más que nada, por un arreglo de publicación que tenía con el diario «La Capital» de Rosario. Habíamos arreglado una crónica cada 15 días y eso inflaba mi vanidad y mi energía para buscar historias. Sin embargo, a pesar de todo aquel impulso, no creo que pueda volver a leer con placer aquellas páginas. Creo que ahora las consideraría, por lo menos, un poco decepcionantes, sin hablar de las fotografías que acompañaban aquellas notas. Por ahí había leído que hay dos tipos de escritores: los que necesitan de un 20% de talento y un 80% de esfuerzo o los que, al contrario, disponen de una proporción invertida con un 80% de talento y un 20% de esfuerzo. Sin dudas yo pertenezco al primer grupo y, en ese caso, el tiempo es un aliado necesario para el progreso. De eso quizás se habrán dado cuenta los de «La Capital», que después de aguantarme durante un año de publicaciones decidieron, sabiamente pero de forma poco educada, no responder más a mis correos electrónicos.

El texto que me dispongo a escribir no es fácil. Es el primero que escribo en Estados Unidos después de haber viajado cuatro meses por aquí. Tengo que introducir, sintetizar, contar algunas historias y no aburrir, todo esto después de haber abandonado el habito de la escritura durante un largo tiempo, lo que me ha generado una culpa que explotó ahora. No escribir y no leer son cosas que me generan culpa. La explicación se remonta a mis años de adolescencia, cuando me picó el bicho de la intelectualidad que provocó que los libros y la necesidad de reflexionar y plasmar lo reflexionado se fijaran como una obligación en mi mente. Con el paso del tiempo he desestimado dichas pretensiones para intentar simplificar la forma de ver las cosas pero no he perdido mis intenciones de leer y escribir, con la diferencia de que ahora ya no leo filosofía inútil y anacrónica e intento escribir con honestidad.

En febrero de este año volamos desde Tokio, Japón, hasta San Francisco. La entrada a Estados Unidos no fue fácil. Cuando me planté frente al oficial de migraciones para presentar mi pasaporte estaba tan nervioso que no logré explicarle bien por qué no tenía pasaje de salida de Estados Unidos (era porque íbamos a cruzar el país en bicicleta hacia el este y no teníamos ni idea cuando llegaríamos así que, juré, compraríamos el pasaje de salida más adelante), por qué no tenía ni un hotel reservado si pensábamos quedarnos seis meses en el país (era porque no teníamos la menor intención de dormir en un hotel ya que disponíamos de los recursos necesarios para acampar cada día, «¿O usted, señor, piensa que yo, con mis escasos ahorros, llegué hasta acá pagando para dormir? No way.») y por qué, la más complicada de responder, tenía una visa de Irán en mi pasaporte, o sea, qué había yo estado haciendo en ese país que para algunos americanos es el como el infierno. Era porque se me daba la regalada gana visitar esa región y qué, ¿algún problema? Por supuesto no le dije eso al respetadísimo oficial de migraciones y, en cambio, aduje para mi defensa que estaba dando la vuelta al mundo en bicicleta y que Irán, ese país malo malo malo, estaba en el medio de mi camino y que yo no quería, juro que no quería porque ellos son malos malos malos, pero que no me quedaba otra señor. Todo eso intenté explicarlo en Inglés, que hasta el momento yo pensaba que lo podía hablar, pero ahí me enteré que no.

– ¿Y usted tuvo contacto con las personas en Irán? -me preguntó.

– No señor. Sólo me dediqué a pedalear para intentar llegar lo antes posible al siguiente país. Quizás desvíe mi vista del asfalto para mirar algunas montañas y ríos, pero nada más. Y cuando los iraníes se acercaban para invitarnos a sus casas a comer y a dormir nosotros salíamos corriendo. Yo no puedo entender señor oficial por qué esa gente es tan hospitalaria.

A todo esto hay que sumarle mi apellido materno (Majluff, sirio) y mi barba. Así que todo dicho. Clémence pasó sin problemas, pero yo, cinco minutos después me encontraba aislado en una sala de interrogación junto a un puñado nervioso de latinos, chinos y musulmanes, o por lo menos sospechosos de serlo. Yo, a pesar de ser latino, tengo razones para creer que cabía entre los sospechosos de alabar a Alá (malo malo malo), pero seguro seguro que no estaba entre los chinos.

Pero al final zafé. El tipo que me interrogó se interesó en la historia y para mi ego y mi alivio abrió los ojos bien grande cuando le dije que hacía cuatro años que estaba dando la vuelta al mundo en bicicleta y al final terminó confesando y preguntándome.

– Me encantaría hacer un viaje como el que estás haciendo. Si tendrías que decirme una sóla cosa importante que debería comprar si alguna vez me animo a hacer algo así, ¿qué sería?

Yo puse cara de académico que debe responder sobre fusión nuclear, hice la pausa justa, busqué en mi mente, me sentí el Einstein del ciclo-turismo y finalmente, terminando con el suspenso, revelé:

– Una buena colchoneta inflable.

Salí de ahí con mi selló de aprobación de seis meses y más contento que perro con dos colas.

Golden Gate, San Francisco, Estados Unidos
Golden Gate, San Francisco, Estados Unidos

Está demás decir y explicar por qué el salto cultural de Japón a Estados Unidos fue enorme. Como también está demás decir cosas como «La ciudad de San Francisco es genial», o, «Cuando vi el Golden Gate parecía que estaba en una película». Mejor decir que una vez que dejamos dicha ciudad para iniciar el camino que nos llevaría hacia Washington D.C., después de cinco días de pedal por California, cuando vimos que en el mapa habíamos avanzado nada, caímos en la cuenta de que Estados Unidos era muy grande. ¿Vaya descubrimiento no?

Juro que crucé los 8.000 kilómetros de costa de Brasil de sur a norte sin hacer trampa, todo en bicicleta. Pero eso fue otra época. Recién empezaba y estaba lleno de entusiasmo. Ahora, en cambio, ya no soy muy bueno para los países grandes. Me gusta concentrarme en zonas. Recorrer distancias cortas. No pasar todo el día arriba la bicicleta y tener tiempo libre para leer o caminar o no hacer nada. En resumen, para ser sincero, debo confesarle oficial, que tengo las pelotas llenas de la bicicleta. ¿Le digo más? La odio. Tengo una resaca tremenda de bicicleta.

Creo que dejé de quererla allá por China. Hasta el momento nuestra relación era perfecta. Apasionada y llena de energía. Pero en China comencé a sentir un desgaste en nuestra relación. Y la que tuvo que aguantar esta situación fue Clémence. Me puse mala onda y triste. Comencé a quejarme cada vez más. Dije cosas feas, grité y la agarré a patadas (a la bici, no a Clémence). La mirada romántica que tenía sobre el ciclo-turismo se desplomó. El dolor de cola se intensificó. El tiempo que pasaba pedaleando se hacía eterno. El tiempo libre me parecía escaso. La relación de avance en el espacio, tiempo y sacrificio comenzó a parecerme ridícula. Los números no me cerraban. Una nube negra y densa comenzó cerrarse sobre nosotros.

China (1)
China

Creo que no fue casualidad que esto haya sucedido en China. Pedalear por china fue…

Lo sé lo sé. El texto iba sobre Estados Unidos. Lo que pasa que ahora cambié de opinión. Decidí que me gustan las explicaciones largas, y es también una forma de volver hacia atrás y remediar lo que no escribí en aquel momento. Pero para no hacerla pesada la dejo acá y sigo en la próxima.

¿Te aviso cuando publique la segunda parte? Puedes colocar tu correo electrónico en el siguiente cuadro para suscribirte.


15 comentarios en «China 1: Ya no te quiero»

  1. La vida es cambio y transformación. Todo está en un continuo movimiento y nuestros pensamientos no están ajenos a eso.

  2. Parece mentira que el pequeño e inquieto niño que conocí en Cañada haya llegado tan lejos. Me alegro por uds. Dios les siga bendiciendo y cuidando. Un abrazo

  3. Que esa pobre y fiel compañera no escuche que ya no la queres….

  4. Muy bueno….

  5. Ey parcero, si soy paisa, súper amigo de Alex, Emanuelin y Milena, si aquellos colombianos que te acogieron. Ja! Aun me río con Alex cada que hablamos de vos, viento esas espectaculares fotos, de como se conocieron el la Patagonia, y ay dios, ahora eres un viajero de consulta, para mi. Bueno papá, espero verte por acá en Medellín de nuevo. Por cierto, Alex anda de bici por los pirineos en Facebook.com/bikeXpeditions

  6. Gracias Felipe por tu comentario y por las noticias sobre Alex. Afortunadamente seguimos en contacto y espero pronto poder visitar a mi querida Colombia y a su gente linda.

  7. La verdad que se la re bancó. Pero todo llega a su fin

  8. Así es querido tocayo. Y no hay que ocultar esos cambios que nos hacen tan humanos. Un gran abrazo sea a donde sea que estés

  9. Hermano! Saludos desde Costa Rica, así es la vida, mucho de algo nunca es bueno… el ser humano evoluciona, la vida cambia… espero tu espíritu este intacto, un abrazo!

  10. ja, ja, ja…sos vago. Tomaste el pedalear como un trabajo, y te agarraron las ganas de faltar….típico argentino. Dale lpm ponete las pilas q sos pendejo (todavía), para descansar vas a tener tiempo….vitaminas y buena alimentacion. Abrazo

  11. Yo le meto y vos meté la carne en la heladera. Estoy comenzando la campaña de autoinvitación jaja

  12. Como dicen, nada es para siempre, Andrés! Espero con curiosidad y ansias tus crónicas y fotografías, como antes….

  13. Excelente tu relato Andrés! A seguir rodando y q tengan unos hermosos meses en el Norte. Salud!

  14. Andres tus experiencias son fantasticas, te he seguido desde que pasaste por Riobamba-Ecuador, me encantan tus fotografias, y tu historia gracias por compartir

Deja un comentario