He aquí una crónica reflotada. La había escrito en México y ahora la reescribo en Escocia /
¡No se ha encontrado la galería!Galería de imágenes. Cuatro fotografías: las dos primeras en Colombia y las dos últimas en Chiapas, México /
Se puede viajar de diferentes maneras: de cómo uno se mueva, a que velocidad y con que códigos, dependerá la imagen que se construya sobre la región por la que se transite. Esa es la imagen que nos llevaremos y que transmitiremos a los demás, y al ser completamente subjetiva mejor que sea lo más justa posible. Es muy normal encontrarnos entre viajeros y confrontar opiniones sobre un país, y encontrar, con sorpresa, grandes diferencias en las experiencias que cada uno vivió. Generar empatía con el contexto nos permitirá penetrar en las complejas tramas sociales y ser aceptados (casi) como iguales. De lo contrario, si no existe el esfuerzo por encontrarse y conectarse con las personas, será una experiencia inacabada y vacía. En general (o siempre) aparece esa vacuidad cuando no se encuentra otro camino que el de los tours turísticos y el de los lugares que sí o sí deben visitarse para evitar la condena. En Medellín, alguien me dijo: “si no vas al Peñón de Guatapé es como si no hubieses estado en Medellín”. Y al fin y al cabo el Peñón es sólo una piedra, silenciosa y sin vida.
Cuando conocí a Clémence, viajamos por Colombia caminando por senderos de montaña, conectando pequeños pueblos y generando un circuito propio y personal, lejos del turismo y cerca de la sencillez de las personas que nos recibieron. Luego, cinco meses más tarde, iniciamos otra experiencia similar (pero muy diferente) en Chiapas, México. Y eso no fue fácil. Chiapas fue duro de pelar. Chiapas fue escéptico, desconfiado y cauteloso. Nos costaba entrar, comunicarnos con la gente del lugar y ganar su confianza. Así que ahí, un poco desorientados pero tercos, tuvimos que recurrir a un arma letal para torcerle el brazo a la región: el mate.
Si en Colombia es el café y en Inglaterra el té, en Argentina es el mate. Pero el mate es mucho más que una bebida nacional: el mate es una forma de encontrarse y una excelente excusa para una buena conversación. Su dinámica parte de un recipiente con una bombilla que se comparte, a diferencia del sistema de vaso individual que suele utilizarse en casi todas las demás bebidas. ¿Puede ser antihigiénico? Sí. Pero vale la pena el riesgo. El periodista, conductor y presentador Lalo Mir dice que “el mate es exactamente lo contrario que la televisión: te hace conversar si estás con alguien, y te hace pensar cuando estás solo”. Y para entrar en confianza con Chiapas funcionó. Fue complicado, porque lo miraron raro (al mate), tan raro como nos miraron a nosotros. Y hubo que dar detallados ejemplos para explicar que no, que no es ilegal. Pero funcionó.
El truco era pedir agua caliente para el termo en cualquier casa en el camino. Luego cebábamos el primer mate ahí nomás, para provocar la mirada curiosa de toda la familia que ya se había congregado para la observación. Entonces, cuando ya estaban todos mirando, hacíamos la pregunta: “¿Quieren probar?”. Y listo. Teníamos su atención. A continuación seguían nuestras explicaciones: que es, para que sirve, de donde viene, como se prepara y como se toma. Luego los integrantes de las familias se disponían con entusiasmo a probar el primer mate. Acto seguido se asustaban por el agua caliente y hacían, invariablemente, gestos de disgusto por la amargura experimentada. Después venían las risas, las bromas, la insistencia nuestra para que sigan probando y la negación absoluta e inquebrantable de ellos…
– ¿Uno más?
– No no, gracias…
– ¿No le gustó?
– Sí sí, pero no, gracias.
(Risas)
Y es la verdad: en la mayoría de los casos nadie probaba un segundo mate, y con suerte y sufriendo terminaban el primero. Pero a esa altura, esa amarga bebida ya había cumplido su función: unir a las personas.
Hasta ahí lo que había escrito en México hace dos años y medio. Era un texto olvidado, hasta que una fotografía que saqué hace poco en Escocia me hizo recordarlo.
Es la imágen que puede verse a continuación. Se trata de un irlandés, Charlie, que vive en Glasgow y que nos recibió en su casa. Era su día de descanso (del trabajo oficial), y se dedicaba a los arreglos de la casa que acababan de comprar con su señora para su nueva familia. La luz entraba por la ventana, filtrada, cortada, manchada, perfecta. Yo me encontraba a su lado, ayudando poco, pero haciendo compañía y cebando mates. A Charlie le había encantando la bebida y nunca decía que no. A esa altura él ya sabía muy bien que no debía tocar la bombilla, que no debía demorar mucho para devolverlo, que debía terminar el agua completa y que no debía decir gracias si quería seguir recibiendo. Su hijo de un año daba vueltas cerca, tomando su leche. Aún muy pequeño para mate.
La imagen, la luz y la situación, me encantó. Y pensé que ese momento de unión entre dos personas en las antípodas culturales se lo debía al mate.
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Que buena nota Andrés! siempre te leo. Hacés que las historías de viaje tengan un contenido muy subjetivo, y para mí, muy legítimo. Es por eso, no parecen un producto de work and hollidays.. Abrazo desde el litoral!