Es el amor que va y viene, hasta que se va para no volver. Caprichoso e inconformista, cuando lo consigues ya no lo quieres. Quieres algo más, aunque no sabes bien qué. Como dice mi tocayo Andrés Calamaro, «No sé que quiero, pero sé lo que no quiero. Sé lo que no quiero, y no lo puedo evitar».
El amor. Y después, cuando ya no está, cuando la hemos dejado, llega una etapa de arrepentimiento, de pánico, de duda: ¿Habré metido la pata? ¿Me equivoqué? ¿Mi mente loca me la jugó mal otra vez? ¡Pero qué coño! ¡La extraño! Y un amigo sabiamente te dice que no se te ocurra escribirle y menos llamarla. ¡Salame! Cuando vas a saber de una buena vez por toda lo que quieres en la vida. Y pega la melancolía. Y llegan esos buenos, bellos, tiernos, románticos, felices momentos para instalarse como puñal en el sistema límbico y la terminan de joder. Pero algo en el fondo (además de tu amigo) te dice que aguantes. Aguantá boludo. Si esto ya lo pasaste antes. Vas a estar bien. ¿O ya te olvidaste lo que era pedalear bajo ese sol infernal que parecía que se te iba a reventar la llanta? ¿O ya te olvidas del dolor en la espalda, en el cuello, en el hombro, etc? ¿O ya te olvidaste esas eternas subidas que te trituraban las piernas? Y ni hablar de ese sentimiento acosador de marginalidad acampando en jardines de tantas familias, transpirando en una autopista apestada de automóviles y camiones, comiendo en gasolineras, utilizando baños mugrientos, soportando miradas de miedo y prejuicio, oliendo mal, rogando por una ducha, usando siempre la misma ropa, cocinando siempre la misma comida, esperando el fin. Pero es que la pasamos tan bien juntos. Fueron tantos momentos de felicidad (tono melancólico). Cuantos lugares conocimos. Cuantos amigos en el camino. Cientos de historias. Cantidad de sorpresas. Con ella fueron los años más felices de mi vida. ¡Gracias a ella conocí el mundo! Y mirá hasta donde me trajo: ¡hasta China! Porque sí, es verdad, China es un quilombo. Pero qué lindo quilombo.
La primera etapa de China estuvo bien. Los chinos están metiendo edificios por todas partes pero en el oeste aún se disfruta de cierta tranquilidad. En el centro sur, bajando por la provincia de Sichuan, se pueden encontrar varias comunidades tibetanas autónomas enmarcadas de un buen paisaje. Hasta ahí bien. La pata la metimos cuando decidimos ir a Corea del Sur y Japón en lugar de haber elegido el sudeste asiático, que nos hubiese permitido seguir pedaleando en la zona de montaña desindustrializada. Pero haber elegido Corea y Japón implicó ir hacia el este y atravesar lo que al menos para mí fue, sin lugar a dudas, el delirio más grande que jamás vi fuera de los sueños y las películas. ¡Pero a quién se le ocurre hacer del mundo algo tan feo! En aquel entonces, cuando pedaleando me fumaba esa pesadilla, inventé (agárrate) dos metáforas para explicar lo que veía y lo que pensaba.
El asesino Nº 1 del mundo
Es el Nº1, pero de cerca le sigue el Nº2. Ambos compiten por al dudosa distinción de ser «la mayor economía del mundo». Pero por lo que en realidad compiten es por quedar en la historia como «el que más la jodió». Después están los otros que se suman a la fiesta, todos, incluido el tuyo y el mío. Porque todos somos de la misma especie, el mismo animal, la misma bestia: el Homo sapiens, que de sapiens no tiene nada pero de zopenco bastante. Tanto que desde hace miles y miles de años no hace más que destruir todo a su alrededor. El escritor e historiador israelí Yuval Noah Harari, en un libro fascinante llamado «De animales a dioses», dice:
«La extinción de la megafauna australiana fue probablemente la primera marca importante que Homo sapiens dejó en nuestra planeta. Fue seguida por un desastre ecológico todavía mayor, esta vez en América. Homo sapiens fue la primera y única especie humana en alcanzar la masa continental del hemisferio occidental, a la que llegó hace unos 16.000 años (…) Aunque originalmente se habían adaptado a cazar animales grandes en el Ártico, pronto se ajustaron a una sorprendente variedad de climas y ecosistemas. Los descendientes de los siberianos se instalaron en los densos bosques del este de Estados Unidos, los pantanos del delta del Mississippi, los desiertos de México y las húmedas junglas de América Central. Algunos establecieron su hogar en la cuenca del Amazonas, otros echaron raíces en los valles de las montañas andinas o en las pampas abiertas de Argentina. ¡Y todo esto ocurrió en sólo uno o dos milenios! Hacia 10.000 a.C., los humanos ya habitaban en el punto más meridional de América, la isla de Tierra del Fuego, en la punta austral del continente (…) La colonización de América por parte de los sapiens no fue en absoluta incruenta. Dejó atrás un largo reguero de víctimas. La fauna americana de hace 14.000 años era mucho más rica que en la actualidad. (…) Las Américas eran un gran laboratorio de experimentación evolutivo, un lugar en el que animales y plantas desconocidos en África y Asia habían evolucionado (…) Sin embargo, toda esa diversidad desapareció. Dos mil años después de la llegada de los sapiens, la mayoría de estas especies únicas se habían extinguido (…) La primera oleada de extinción, que acompañó a la expansión de los cazadores-recolectores, fue seguida por la segunda oleada de extinción, que acompañó la expansión de lo agricultores, y nos proporciona una importante perspectiva sobre la tercera oleada de extinción, que la actividad industrial está causando en la actualidad (…) Quizá si hubiese más personas conscientes de las extinciones de la primera y la segunda oleada, se mostrarían menos indiferentes acerca de la tercera oleada, de la que forman parte».
Yo no pude mantenerme indiferente a lo que vi en China, no porque sea una persona especialmente consciente, sino porque durante unas cuantas semanas me fumé la triste contaminación provocada por la espantosa industrialización de esta carrera económica de locos. Y si el Homo sapiens cazador-recolector era dañino, y si su sucesor agricultor lo fue más, imaginen a este Homo involucionado que dispone de herramientas más potentes, no sólo para continuar con su masacre, ahora extendida hacia el mar, sino también para hacer uso de la temerosa capacidad de estropear el clima. No puedo evitar utilizar la frase: más peligroso que mono con cuchillo.
China es el Nº1. Encabeza la tabla de posiciones. Es el Real Madrid de la contaminación. Con sus emisiones desmesuradas asesina poco a poco al mundo. Al único puto mundo que tenemos. Todos los demás países de la tabla, las siguientes 193 posiciones, le siguen el juego.
Metáfora del edificio en peligro de desmoronamiento
Algunos científicos, no pocos, dicen que tenemos 20 años antes de cruzar el límite de «no vuelta atrás». O sea, después de 20 años, si no hacemos algo grande, pero bien grande para cambiar las cosas, estamos fritos. Adiós muchachos. Y si queremos ser generosos pongamos 1.000 años, que para el universo son monedas. Además, ¿por qué no habríamos de pensar las cosas en miles de años? ¿Acaso no queremos que esto aguante un toque más? Parece que nos conformamos en pensar un futuro a corto plazo, o porque no nos conviene o porque no somos capaces de otra cosa. Pero para ir para atrás somos buenos: «la historia sirve para no repetir los mismos errores en el futuro». Mejor no digo nada.
Supongamos que usted vive con su familia en un gran edificio de 194 apartamentos (la coincidencia con la cantidad de países que hay en el mundo no es casual). Y por supuesto que en el resto de los 193 departamentos que no son el suyo viven otras personas. Vecinos, digamos.
Ahora supongamos que un día llega un ingeniero estructural con un informe irrefutable que avisa que el edificio está en riesgo, y que si no se toman medidas urgentes (que implican obras de reformas) en 20 años se caerá.
Además, y por último, supongamos que absolutamente nadie puede abandonar su apartamento para mudarse a otro porque es lo único que hay. Es raro, lo sé, pero es así.
Así que lo que usted hace, obviamente, es hacer las obras inmediatamente porque lo considera lógico. Pero después, pasa algo increíble. El tiempo pasa y pasa y nadie hace nada. Ninguno de los dueños de los demás apartamentos mueve un dedo. Y usted piensa: Bueno, tenemos 20 años. Ya comenzarán. Pero no. Tres años y nada. Ocho años y nada. ¡Quince años y nada! Usted, claro, comienza a desesperarse. Así que golpea con furia las puertas de los demás y grita: ¡Hagan algo! Y lo único que recibe es indiferencia. Incredulidad. Risas.
¿Se entiende la idea?
En China escribí una especie de diario y me dan ganas de seleccionar algunos fragmentos.
¿Te aviso cuando lo publique? Puedes colocar tu correo electrónico en el siguiente cuadro para suscribirte, si ya no lo hiciste.
En los canales de televisión solo vemos lo turístico, lo bello, pero estas cosas se ocultan, un día en un programa un señor que cultivaba la huerta en la India dijo; es muy difícil cultivar ahora porque no tenemos mas estaciones, lo estamos comprobando también aquí con la huerta y los frutales. Te agradezco que tengas esa mirada y esa especial comunicación.
Cariños
me gustan las historias reales.